El misterio de la bici secuestrada

Cerca de la Semana Santa de 1972, en alguna ocasión, un par de trotamundos neoyorquinos llegaron en bicicleta a la Facultad de Periodismo , en la esquina de Zaragoza y Morales. No sé ni cómo, ni quien, pero la cuestión fue que llegaron pidiendo asilo para sus vehículos. Para no hacer larga esta crónica, querían dejar sus jacas de aluminio, marca Renault, ahí en la mismísima Facultad, a lo cual mi cuate Felipe Arteaga, muy fregón, como encaminador de almas, decidió que en mi casa las bicicletas estarían más seguras.

Para ese entonces, vivía en Emparan, casi esquina con Hidalgo, y la casa tenía una planta baja, como garage que no utilizábamos, así es que ese fue el sitio ideal para que estos modernos trotamundo en dos ruedas se instalaran cómodamente. Y lo que sería únicamente guardar las bicis, se convirtió en un modesto hospedaje de, digamos, un par de estrellas, aludiendo a la categoría de los hoteles.

Y así fue, los larguiruchos neoyorquinos dejaron sus vehículos en mi casa de Emparan, cerca de la Cantonal y se fueron a hacer un recorrido por el DF. Todo fue miel sobre hojuelas, los gabachos viajaron por algunas ciudades de México, hasta que decidieron retomar su viaje hasta el Brasil.

Cuando regresé de un viaje de estudios con el bienamado Prof. y Lic. Don Francisco Gutiérrez González, me enteré que algunos ladrones se habían robado una de las bicicletas, que hasta ese momento supe que su costo andaba cerca de los 3,000 pesos, de esa época.


Mi hermana Sonia, me comentaba: “es que este gringo, que deja su bici afuera y que se sube a despedirse de mi madre , y agradecer la "hospitalidad jarocha". Cuando regresó, cuenta mi hermana, “el muy menso pues no encontró su bici”. Y empezó el lío, después como anfitriones de los afectados, mi madre recibió amenazas por teléfono, donde le exigían dinero a cambio de la bicicleta ¡toda una historia de novela negra!

Recuerdo también, que ante esta situación, uno de los dos gringos, se fue a la ciudad de México a pedir ayuda, y creo que una compañía (la Benotto) lo aprovechó para un comercial, obsequiándole ¡una bicicleta de cartero!, ¡más mala que pegarle a Dios, como diría mi abuela!

Para acabar la historia, o mejor dicho para iniciar la difusión de la historia de “El Misterio de la Bici Secuestrada”, Alfonso Salces y NOTIVER Radio (todavía no existía la edición impresa) se encargarían de comunicarle a todo Veracruz y más allá de las fronteras del Sotavento, las peripecias de los trotamundos.

Personalmente, Salces me llamaba telefónicamente para tener informada a la radioaudiencia. Como es de suponer, de la noche a la mañana me hice famoso en la Facultad, la raza hacía bromas a mis costillas, con aquello de :

"¿Cuánto por las bicis carnal?".

Finalmente el rescate se pagó, creo, y la bicicleta amaneció encadenada a la reja de mi casa, como historia de novela negra, los gringos medio felices, mi madre no tanto, pero la historia así fue. La Mulia Cabrera, el pinchi acomedido de mi cuate Felipe Arteaga y por supuesto el jefe Salces, deben acordarse muy bien de esta página de la Facultad de Periodismo y el NOTIVER Radio, en la primavera del 72.

Tras un par de cartas agradeciendo la hospitalidad, jamás volví a saber nada de estos involuntarios trotamundos, que como diria un cuate mío: “¡es qué nunca debieron haber llegado a Veracruz!”.

 
Cortesia de Adolfo Gonzalez Riande
Egresado Generación 1970-1974 

2 Opiniones:

Antonio Alonso. dijo...

Que buena historia. Malditos gringos, piden prestado pero nunca aflojan, malagradecidos! Yo viajaría de aventón antes que ir cargando una bici, o quizas en ADO GL.

Rodolfo Calderón Vivar dijo...

Hola a todos:
Ojalá y tengamos más anécdotas de egresados de la facultad que vivieron muchos episodios divertidos, y otros no tanto, en su paso por nuestra facultad

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